26.9.05

Niños mimados

Dice Ortega, en "La rebelión de las masas", que el hombre de hoy está absolutamente acostumbrado al acceso inmediato y total a las miles de comodidades y seguridades que el alto desarrollo de la técnica le han proporcionado en los últimos años.

Agrega, que este acostumbramiento -que lo llevó a erradicar casi completamente la incertidumbre sobre su propia existencia y lo hizo cada vez más sediento de goce y confort- devino en un convencimiento de que todo lo que tiene "es natural que lo tenga", como si fuese un deber del universo para con él.

Esto produce una inevitable despreocupación por cuidar de las cosas que nos proveen de tales bienes.

Ortega asimila esto a lo que ocurre con los "niños mimados", que no sólo se despreocupan por cuidar sus bienes, sino que incluso toman una actitud destructiva hacia ellos.

¿Si no de qué modo es comprensible, que contaminemos las aguas, que ensuciemos las ciudades, rompamos los teléfonos públicos y los tachos de basura, etc etc?

El autor de "El Espectador" pone como ejemplo de esto, un caso que parece increíblemente actual, pese a haberse escrito hace casi 80 años. Menciona la extraña actitud de las masas populares, que cuando hambrientas desean hacerse algo de pan, no tienen mejor idea que destruir las panaderías.

Eso es el hombre actual, un niño mimado, que no se da cuenta de que vivir no es tan sencillo, y que haber logrado que nuestra vida no esté en riesgo a diario es realmente algo para agradecer calidamente.

Deténganse a pensar unos instantes en cómo era la vida de un hombre medieval, sin ningún lujo, sin comodidades, sin educación ni conocimiento, sumido siempre a una obediencia extrema (típica del sistema feudal) que coartaba en gran medida su libertad, y con una existencia que a cada instante estaba amenazada.

Ni siquiera los reyes más importantes de la Europa medieval contaron con 1/4 parte de las comodidades que cualquier medio pelo actual puede alcanzar con un pequeño esfuerzo.

Por unos pocos billetes podemos ver una obra de teatro o escuchar un concierto, incluso todas las veces que deseemos, si compramos el disco... Ni los reyes contaban con ese placer... y ni nos percatamos.