8.11.07

La locura de volver

Repentinamente los recuerdos vinieron. Como lentas y perezosas ráfagas de un mansa, pesada y calurosa brisa estival... una brisa de verano campestre, de esas que no agobian, sino que enternecen con sus aromas y sus caricias; que traen lejanas sensaciones de la niñez, que nos extrapolan a nuestros más añorado pasado; recuerdos casi uterinos, dorados, magníficos, puros como nuestra propia infancia. Sin que sean llamados, los recuerdos han venido y me han empapado completamente, me han cubierto desde el aura hasta lo más profundo de mis huesos, penetraron por mi piel y me aguijonearon por dentro, con fervor.

Pude volver a sentir aquella primera pasión, furiosa, sincera, inocente, vertiginosa, completamente loca si se quiere. La aceleración constante de un joven corazón que a nada temía porque era inmortal; las risas cómplices y las miradas tímidas que tanto decían sin decir nada; la amistad celebrando inconscientemente un esplendor jovial que nunca volverá; quizás un dulce aroma que nos enamora un poco y luego más; un pizarrón verde repleto de palabras en tiza que reposan ignoradas en un aula añorada; una voz suave que al oírla nos inflama el alma, nos da nerviosas esperanzas de conocer algo nuevo; un paso interminablemente lento y dubitante que va cruzando, entre juegos y puerilidades, una imaginaria línea entre la candorosa juventud y la misteriosa madurez.

Aquellas noches infinitas en que el amor obnubilaba las mentes regalando sensaciones de poderosa libertad; las lágrimas vertidas quizás por las causas más nobles que existen, que son justamente esas pequeñeces que la juventud agiganta y convierte en tragedias ulteriormente piadosas; una calle que nos vio pasar abrazados, una y cien veces con una voracidad por la vida que escandalizaba a aquel viejo y curtido pavimento, que ya desde ese entonces había sido castigado por la implacable resignación de los años. Aquellas caricias prohibidas que iban despertando del modo más noble y puro posible, un fuego apasionado, sincero, sagrado, que luego el tiempo se encargaría de contaminar con sinsabores; esos besos infatigables que sólo buscaban un beso, que sólo pretendían otra boca que los quisiese disfrutar, besos que se saciaban en la más sencilla pureza; aquella cama donde descansábamos de nosotros mismos, junto a una vieja guitarra descolada y desafinada; aquellas noches entrelazadas por el humo de un novato cigarrillo, que hacía arder aquellos ojos que nunca tenían sueño, sino sueños, sueños que parecían infinitos; aquella tarde, en un caluroso diciembre, donde el sol caía anaranjado en una plaza y el sueño se rompió para siempre.

Todos esos recuerdos volvieron, mansos y cargados. La puerta del viejo “arcón de los recuerdos” se abrió resplandeciente frente a mí, y casi con dulzura fui mirando su interior, lentamente por temor a distraerlos, por temor a que, advertidos de mi presencia, se esfumasen como agrestes animalitos asustados. Y allí estaba yo y estabas vos también, y seguramente estábamos todos. Infatigables imágenes color sepia de todos aquellos momentos tan preciados.

Al cerrar el baúl y volver a mi realidad, sentí una "infinita tristeza"; pero luego de un tiempo me pareció comprender que, por alguna extraña razón que desconozco, me encontraba con el alma renovada.

Pero como de costumbre, la razón, la sana crítica, me llamó a esa maldita reflexión que se debe todo ser que se asume pensante. Entonces me pregunté ¿Seré yo el mismo que pude ver en aquél cofre que se abrió casual y repentinamente por una suave voz que me buscaba? ¿Seremos realmente todos los mismos que pude ver en aquellos mágicos resplandores? El tiempo nos va dejando sus marcas, marcas respecto de las cuales difícilmente se pueda determinar si resultan buenas o malas, positivas o negativas… seguramente sea relativo, pero lo que parece inobjetable es que son marcas que van mutando nuestra propia naturaleza, nuestra esencia. Quizás aquél joven sensible e inocente que hoy encontré sonriendo con todo el alma en el fondo de aquél baúl, no sea el mismo que ahora cavila desconcertado, todavía aturdido por su encuentro con el pasado.

¿Es posible el regreso?

Hoy en día muchos afirman que “nunca nadie vuelve a ningún lado”. Estos imperdonables e inconscientes discípulos del arrogante pensador de Éfeso, pululan por la vida pensando que la vida es sólo el futuro, que lo bueno y lo mejor está siempre por venir. Pero algunos pocos todavía soñamos con que se puede volver, con que, cuanto menos sea por una gambeta al destino, es posible recuperar todo aquello que tanto añoramos. Algunos aún quedamos que sabemos que el primer amor es mágico e irrepetible, que esas sensaciones que vivimos en nuestro despertar al mundo resultan la savia de la vida misma, todavía existimos quienes creemos que ese deseo atávico de volver es realmente sacro.

La discusión al respecto no es posible. Las pruebas y los antecedentes acá no tienen cabida, nadie puede convencer a nadie, pues nadie sabe nada. Todo está por descubrirse, todo está por encontrarse, y los resultados de ese descubrimiento dependen pura y exclusivamente de cada uno de nosotros.

Ya lo sé… No caben dudas de que para una mentalidad “Siglo XXI”, intentar cualquier tipo de regreso es realmente una locura, y por eso éste, y no otro, es el lugar apropiado para estas sentidas líneas.

Y será una locura, probablemente, pero estoy convencido de que, en tal caso, se trata de una locura maravillosa, de esas que se encuentran tejidas con las mismas hebras con que se tejen los sueños y los magníficos decorados que aguardan, inmutables y silenciosos, alegrar nuestro eterno descanso en el divino paraíso.

Los milagros existen, son muy pocos pero existen. La resignación es el más cruel de los suicidios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravishoso!

Anónimo dijo...

Hola Kiketttttttttttttttttt estamos aqui reunidas leyendo tu baul de los recuerdos que nos inspirann y motivan en lo mas profundo.
Estamos en un rincon de tus recuerdos
MARY CABRAL, AGUS GOMEZ Y ALE VILLALBA